El secreto de la isla by Enid Blyton

El secreto de la isla by Enid Blyton

autor:Enid Blyton [Blyton, Enid]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1937-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XII

LAS CUEVAS DE LA COLINA

Los días pasaron rápidamente, y los cuatro niños se acostumbraron a su vida salvaje y feliz en la isla. Jack y Mike fueron una noche a la granja de tía Josefa y volvieron con el cubo que necesitaban para ordeñar a Margarita. De paso se trajeron una buena cantidad de verduras y ciruelas, que estaban ya maduras, por lo que llenaron de ellas el cubo. La alegría de Nora y Peggy al ver todo esto fue indescriptible.

Ahora, gracias al cubo, era mucho más fácil ordeñar a Margarita. Peggy hubo de lavarlo varias veces, pues estaba muy oxidado, y Jack y Mike, todos los días, una vez ordeñada la vaca, dejaban el cubo en el riachuelo que manaba de la colina y desembocaba en el lago. Esta corriente helada mantenía la leche fresca por mucho calor que hiciese.

Una mañana, Jack sacó los paquetes de semillas que había traído de la granja de su abuelo y lo mostró a sus amigos.

—Mirad. Tengo semillas de lechuga, de rábanos, de guisantes y de nabos. Es un poco tarde para sembrar los guisantes, pero estoy seguro de que en esta tierra tan buena crecerán rápidamente y a fines de año las plantas estarán bien desarrolladas.

—Los rábanos y los nabos brotarán en seguida —dijo Peggy—. Y con este tiempo tan caluroso, las lechugas, si las regamos lo suficiente, tampoco tardarán mucho en salir.

—¿Dónde sembraremos todas estas semillas? —preguntó Mike.

—Creo que lo mejor será sembrarlas en pequeñas cantidades y en varios sitios de la isla —dijo Jack—. Si las sembráramos todas juntas, al crecer formarían una huerta, y el primero que llegara aquí y la viese comprendería inmediatamente que la isla está habitada. En cambio, si tenemos unas pocas plantas aquí y otras allá, podremos taparlas con hierbas en caso necesario y nadie las verá.

—Jack siempre tiene grandes ideas —dijo Nora—. Te ayudaré en la siembra, Jack.

—Ese trabajo lo haremos todos —dijo Jack.

Acto seguido, el grupo se dedicó a buscar los sitios adecuados, a preparar la tierra y a distribuir las semillas. Peggy se encargaría del riego diario y de arrancar las malas hierbas.

—Lo tenemos todo la mar de bien organizado —dijo Nora, alegremente—. Tenemos leche, nata y huevos todos los días; moras con sólo ir a buscarlas, y pronto tendremos guisantes, lechugas, rábanos y nabos.

Jack plantó los guisantes entre juncos. Así, según dijo, las plantas, cuando salieran, tendrían dónde enroscarse y no habría necesidad de ponerles cañas. Además, los juncos las ocultarían a la vista de cualquier visitante inoportuno.

A veces les era difícil acordarse del día en que estaban. Jack era el único que llevaba la cuenta de los días que iban pasando. Además, los domingos, cuando el viento era favorable, los niños oían la campana de una iglesia próxima al lago.

—Yo creo —dijo Mike— que el domingo debe ser para nosotros un día de paz y descanso. Ya que, por desgracia, no podemos ir a la iglesia, debemos celebrarlo de algún modo, hacer que el domingo sea un día distinto de los demás.



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